LOS LIBROS DE LA BUENA MEMORIA: Leonardo Favio, el hacedor: pasión, pulso y ojos de la identidad peronista

LOS LIBROS DE LA BUENA MEMORIA: Leonardo Favio, el hacedor: pasión, pulso y ojos de la identidad peronista

29 de junio de 2015 – Cuarenta años de películas de Favio abarcan más de medio siglo de historia argentina, con el peronismo como sujeto trascendental y desde una mirada que sentimentalmente abrazó al imaginario colectivo con ternura y una comprensión única del sino trágico del pueblo. Por esa esencialidad y por el mensaje político y estético que el artista mendocino brindó a generaciones como cineasta y pensador, es que fue ampliamente abordado en “Despacito y por las piedras” por nuestro columnista Mario Maure. Cantante popular y actor con gran potencial, Leonardo Favio se inclinó por la dirección abrevando desde el neorrealismo italiano a un estilo propio, con reconocimiento universal, que tuvo etapas experimentales, comerciales o de plenitud estética, pero siempre con maestría narrativa y gran composición escénica. “Un niño solo” que jamás dejó escapar la poesía e inscribió su obra como el peronismo: un hecho político aún inconcluso y pleno de interpretaciones.

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Fue permanente en la columna del profesor Mario Maure del sábado pasado el situarnos siempre la producción artística con el contexto histórico nacional. Por ejemplo, como punto de partida recordó que en la menemista década de los 90, “un intelectual del CONICET y todo, Marcos Novaro, decía sistemáticamente que no había intelectuales peronistas y se dedicaba a demostrar en su libro su verdad desde el desprecio, desprecio ligado a la lógica sarmientina de civilización y barbarie. Bueno, nosotros queremos apoyar esa tesis hablando de la excepción que confirma la regla. En otra ocasión hablaremos de otra más. Y luego de otra y de otra”.

“La primera excepción la constituye un escritor superior, porque escribe los textos más complejos que se conocen hasta ahora que son los cinematográficos. Dicho escritor es superior porque es una especie de dios que debe comprender y manejar una serie de lenguajes muy diversos: el de la imagen -composición, planos, ángulos, iluminación, edición-, el musical, el actoral, el propiamente escrito -que es el del guión-, la producción artística y también cuestiones extra artísticas, como la producción ejecutiva. Este escritor complejo es Leonardo Favio -inscripto como Fuad Jorge Jury, nacido en 1938 en Las Catitas y criado en Luján de Cuyo, Mendoza-, reconocido por muchos cineastas y críticos como el más grande director de cine latinoamericano. Y los que no lo hacen, es porque no soportan que sea peronista, que tenga esa preferencia por lo nacional y lo popular tan indigerible para las mentes occidentales. Porque hay en lo popular un componente melodramático cimentado en las tragedias sociales, en la historia, que para esos críticos atenta contra la Razón, que no es otra que la razón de ellos”.

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Favio fue autodidacta desde su primera etapa en el cine, pero también por su experiencia vital de pibe pobre, “con una infancia difícil, con períodos en correccionales” y sin concluir la escuela primaria. Se formó en la asistencia asidua al cine del pueblo de Luján, “para ver una y otra vez la misma película, donde aprendió a analizar y proponer cuestiones del lenguaje cinematográfico”. Además tuvo mucha influencia del relato oral, arte que perfeccionó trabajando con su madre en guiones para radioteatro. También fue actor de radio y de cine, para su maestro Leopoldo Torre Nilsson, de quien se apartó tras la salida de la “Revolución Libertadora” para profundizar en sus propias intuiciones que resultaron esas obras maestras de los años 60, que “no por casualidad tienen cierto parentesco con la literatura de Antonio Di Benedetto”.

Fue, para Mario, “un niño solo que se las arregló para ser un artista y aún así tener una mirada tierna sobre el mundo”, visión presente desde lo autobiográfico en todas su películas y con un universo compartido desde los guiones de casi todas ellas con su hermano, pintor, escritor y también realizador, Zuhair Jury. Con él rescataron el habla, el relato y la mitología popular. Favio también fue un laburante, con la cabeza por años puesta en la concreción de alguna de sus películas, financiándolas y manteniéndose en base a su oficio de cantor.

Del “Piantadino” al “Monito las pelotas”

Maure considera que “hay cuatro etapas en la filmografía de Favio, épocas de producción que coinciden con momentos críticos en lo político y social”. Así tenemos la primera, del año 58 al 60, con la inconclusa El señor Fernández y el corto El amigo, “un comienzo auspicioso”. Entre 1963 y 1969 realiza la trilogía “en blanco y negro y con fuerte influencia de ese existencialismo social que es el neorrealismo italiano”. Allí despuntan ya su visión del peronismo recubriendo el relato y, por otro lado, “su habilidad para registrar actores profesionales y no profesionales, su oficio al captar en sus rostros y miradas -que son lo que mejor nos definen como seres humanos- y duplicando esa habilidad al encuadrarlos”. En eso apela a Ingmar Bergman: del director sueco toma su concepción del encuadre “como tema moral”. Es decir, “cómo angulás, cómo iluminás, dicen lo que sos vos como cineasta y como ser humano”.

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Son la marginación y sus formas de violencias uno de los ejes temáticos que aborda en los primeros largometrajes el mendocino: de la vida entre rígidos “institutos para menores” y la miseria cotidiana que lleva Polín, el protagonista de Crónica de un niño solo, en las villas aparecidas durante el desarrollismo; al asesinato del ladrón de gallinas en los bucólicos pasajes del bajo Luján en Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más…; pasando por la opresiva sumisión al destino que subyuga de manera casi naturalizada a las y los protagonistas de El dependiente, donde acentúa una novedosa forma de construcción narrativa “emparentada con la literatura de Di Benedetto”. El conjunto total está “contado como si no necesitase el sonido”, según definió el guionista Marcelo Figueras al “Último de los Maestros del Cine Mudo”. Con estas tres noveles obras, Favio “sienta las bases para autores que le sucedieron y otros contemporáneos”.

Su tercera etapa como realizador es entre 1973 y 1976, cuando tomó dominio del color y con la excepción de Soñar, soñar -su gran fracaso comercial, estrenado el año del golpe de Estado-, Juan Moreira y Nazareno Cruz y el lobo fueron de los filmes más taquilleros de la historia. Después de algunos proyectos desistidos en los 80, volvió a dirigir en 1993 en pleno menemismo, con Gatica, el Mono. Sobre el filo del segundo milenio estrenó la descomunal Perón, sinfonía del sentimiento y concluiría en 2008 con su obra cumbre desde lo estético, Aniceto.

Favio “se tomaba sus tiempos”, con largos períodos entre una película y otra. Cuando se embarcaba en un proyecto lo trabajaba durante años, minucioso, obsesivo, llegaba a vivir bajo estados de depresión y crisis. Así, el paso del “dominio del color” al “dominio de las texturas” -en las tres últimas películas- le llevó más de quince años. Pero además -y fundamentalmente-, “se nos ocurre que esas etapas, a veces muy distantes, se corresponden con tiempos políticos de nuestro país y con la mirada que de esos tiempos tiene un peronista que es artista. Basta mirar las fechas -1963/69, 1973/75, 1993/99, 2008- para semejante ocurrencia”.

 

Mario Maure sobre Leonardo Favio, “Los libros de la buena memoria”, “Despacito y por las piedras”, 27 de junio de 2015.

Las cuerdas, las ruedas, los palos, la épica

“Yo no soy un director peronista, pero soy un peronista que hago cine y eso en algún momento se nota. En ningún momento planifico bajar línea a través de mi arte porque tengo miedo que se me escape la poesía”, dijo Favio alguna vez. Sin embargo, la marca de lo ideológico y los tiempos que corrían hicieron influencia de nuevo en su filmografía en los ‘70, primero con el personaje y la historia de Moreira, “el gaucho perseguido y víctima de injusticias”, luego con Nazareno Cruz, “poniendo en juego lo maravilloso y realzando la leyenda popular”.

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La marca, la suya, por origen y adscripción, como voluntad y fe, como vínculo y razón – razón del otro, con otros, de muchos, millones- es el peronismo, hecho maldito del país burgués, ambos de una enorme complejidad, hecho y país, una y otra vez desechos y maltrechos, contrahechos, rehechos. Complejo de contradicciones que desde luego no dejó intacto a Favio para “la posteridad” en cuanto al “ser” y al “deber ser” en determinadas encrucijadas históricas, como fue en el caso de “la Masacre de Ezeiza” de 1973, cuando en un acto masivo por el regreso de Perón, una cantidad nunca esclarecida de personas que excedió la veintena de víctimas fatales fue baleada por bandas de la derecha peronista mientras que el artista conducía “el evento”.

En los ‘90 y siempre con un trasfondo de tragedia en torno a lo personal -por lo despojado desde sus orígenes- y lo político -por lo desposeído por la historia-, volvió a apelar a la identidad y la memoria con Gatica, el Mono, escarbando en lo más profundo del sujeto colectivo y popular sobre quiénes somos, qué es el peronismo, cuál su sujeto, dónde estaban, dónde (se) habían metido (a) las y (a) los compañeros. Ahí, donde lo emocional no suplanta lo racional, sino que lo funda, como “las instituciones” que al borde del ring fueron él, el boxeador y el general, como la resistencia imperturbable de humildes y despojados de toda laya que lo secundaron en su derrotero, como la derrota inapelable que en su alma y en el pueblo significaron la muerte de Evita y, en lo simbólico, la de otros malditos héroes como él, provinciano y descastado, bajo las ruedas de un colectivo de línea a la salida de la cancha de Independiente.

Ideología, peronismo y los niños sin

Para 1999 estrenó Perón, sinfonía de un sentimiento, “única película en la que se propuso un fin didáctico, con un apoyo de documentación muy exhaustivo a fin de que la obra se defendiera por sí misma”. Allí reside la clave de este trabajo, tan inabarcable como alegórico y de archivo, por un principio suyo reiterado a lo largo de décadas en entrevistas: “Porque no hay ideología que entienda tan claramente al ser humano como el peronismo”.

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Exactamente lo mismo -pero mejor- pudo decir pocos años después, cuando en 2008 estrenó Aniceto, esta vez con una versión tan cuidada en lo narrativo como la primera, pero ahora “metiéndose con la danza y en una escenografía fantástica, en una recreación poética con un fondo trágico no tan lejano a lo de Ezeiza -o a los fusilamientos pintados por Goya, según interpretó el escritor Rodolfo Rabanal- pero planteando una óptica más optimista y acorde a la esperanza resurgida durante los años kirchneristas”. Fue en ese contexto político que en una denuncia pública vilipendiada por los medios locales, pidió a otro mendocino, Julio Cobos, que renuncie a la vicepresidencia de la Nación por su traición frente a las retenciones agrarias planteadas por la presidenta Cristina Fernández, “porque no fue elegido por el pueblo sino por un traspié fatal del doctor Kirchner” y porque “usted no tiene nivel ni para ser culpable”.

Entre tantas cosas, quedan de las realizaciones de Favio su obsesión por la fotografía, el respeto por el trabajo actoral y técnico, sus conocimientos sobre puesta, montaje y edición y “el trabajo previo acerca de cómo componer una escena, que es uno de sus mayores logros transmitidos”. Pero sobre todo, “una ternura esencial por sus personajes, una comprensión global de lo que es un ser humano en un tiempo en que el Humanismo sufre una crisis terminal y un respeto por las culturas, o mejor, por la diversidad cultural”. Y pudo sentir, pensar y trabajar sobre eso “porque vivió de alguna forma de benevolencia por parte del peronismo, el peronismo algo le dio algo para que él pudiera ser alguien”. Porque “¿cuántos niños solos habría si no hubiera aparecido el peronismo? ¿Y cuántos si no hubiera aparecido el kirchnerismo? Escuchar directamente a la gente y tomar su demanda… ¿qué gobierno haría eso?”

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