5 de marzo de 2016 – El autor de poemarios como La Universidad Desconocida y novelas como Los detectives salvajes revolucionó la literatura en español de las últimas décadas al punto de ser considerado “un escritor del siglo XXI”, a pesar de su muerte en 2003. Abordado por Mario Maure en su columna de Despacito y por las piedras, el chileno se convirtió en símbolo de la rebeldía poética de la generación de jóvenes que crecieron durante las dictaduras latinoamericanas y desnudó los círculos y cánones literarios de todos los países donde su obra dejó marcas: Chile, México, España y Argentina. Su enorme capacidad narrativa, conjugada a una vertiginosa sed de libertad y justicia, lo hicieron el mejor intérprete y traductor en “validar el lugar de la ficción para comprender la época, la violencia política y social de nuestras sociedades y nuestros propios miedos”.
“Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura”.
Fue la penúltima emisión de 2015 de Los Libros de la buena memoria, a una semana de la derrota electoral del campo popular en Argentina y -además- por tratarse de un trashumante que sólo en cuanto a las distancias geográficas se desterró de su Chile y su Latinoamérica, es que para el Pollo Maure el aire rezumaba olor a adiós, ese olor que se hace imperecedero a la memoria si se encuentra con el perfume personal que nos los trae de vuelta como el aroma de una llovizna que mañana volverá a envolvernos. Por eso es que “si alguna vez nos volvemos a encontrar lo haremos como muchachos bolañistas y detectives tras nuestros pasos, sudamericanos como él”. Porque el valor de su obra fue revolucionario, crece y va de la mano de su autenticidad y de su visión histórica del continente, abarcando a más de una generación incluida en sus ficciones y señalando siempre a quienes -dictaduras y gobiernos neoliberales mediante- son cómplices de un estado de la cultura que lo llevaron a posiciones muy críticas sobre el establishment literario representados por “los donositos” e Isabel Allende en Chile u Octavio Paz en México, entre varios. De allí su empatía y reivindicación de sus compatriotas Nicanor Parra, Pedro Lemebel, Enrique Lihn y Rodrigo Rey Rosa; de los argentinos Ricardo Piglia, César Aira, Alan Pauls y Rodrigo Fresan -más los influjos de Borges, Macedonio, Bioy Casares, Gombrowicz y Cortázar-; de los mexicanos Juan Villoro y Daniel Sada; de los españoles Enrique Vila-Matas y Javier Marías y el rescate de otros tantos desconocidos autores y movimientos como el Infrarrealismo. O sea, “un tirón de cincuenta años de literatura muy disímil, pero que trata de desmarcarse de lo que él llamó ‘stalinismo’ y ‘opusdeímo’”.
Todo esta “biblioteca” fue atravesada por su experiencia vital, que lo llevó a los quince años a vivir en México con su familia y presenciar en 1968 el resurgimiento del movimiento estudiantil, la toma de la UNAM y la matanza de Tlatelolco, para un retorno fugaz hacia 1973-1974, tratando de sumarse a la resistencia contra la dictadura pinochetista pero encontrándose con la debacle política del socialismo en su país y decenas de amigos encarcelados, muertos o exiliados. Y pocos años después jugándose la vida a las letras en Europa, principalmente en Barcelona, donde víctima de una grave enfermedad moriría en 2003, con cincuenta años de edad y en el apogeo de su producción. Esa “trashumancia” entre continentes fue uno de los motores de “los cambios en su escritura”, a su vez ligada a su desmesurado devenir narrativo luego de percibirse esencialmente como poeta.
Mario Maure sobre Roberto Bolaño, Los libros de la buena memoria, Despacito y por las piedras, 28 de noviembre de 2015.
En la sala de lecturas del infierno
De la misma manera que otros autores evocados en los Libros de la buena memoria, Bolaño construyó líneas desde su antología personal para abordar la narrativa, primero como lector antes que como escritor. De sus Doce consejos para escribir cuentos sintetizó en el noveno: “La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra”. Y a continuación: “Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas”. También consideró a otros autores, sobre todo del siglo XX, la mayoría de ellos desconocidos y rebuscados febrilmente durante los más difíciles años de su experiencia europea, leídos en piezas cochambrosas donde el destino sudaca lo sorprendía después de algún oportuno robo a una biblioteca condal o del préstamo sin devolución efectiva de cualquier amigo de aventuras literarias. Sin embargo, así como con Poe, fueron pocos a quienes tenía por “maestros del relato”, reservándose para los demás el lugar de compinches o de desvelos de sus búsquedas. Por eso, muy en su estilo, recomienda: “Y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo”.
Llamadas telefónicas -1997- y Putas asesinas -2001- son sus principales libros de cuentos y como casi todo lo que en prosa escribió, al filo de la ficción y de lo autobiográfico, atendiendo desde el oído a sus manos, tremendas historias de supervivientes, buscavidas, perdidos y borders de dos, tres y hasta cuatro continentes, en relatos imprevisibles y abiertos, que remiten a otros relatos y a otros autores, con violencia y enamoramiento, con sexo, desquicio, humor y una cultura deslumbrante que no se reducía a lo literario. De allí que -como en sus novelas y en sus colecciones de poemas- también sea deseable seguir hilos de Bolaño en las exquisitas dedicatorias y citas que co-textualizan a su obra. Así, en Llamadas primerea con una cita que es a la vez homenaje a Chéjov y que no mucho tiempo después funciona para más de una generación huérfana de él: “¿Quién puede comprender mi terror mejor que usted?”
Bolaño confesará próximo a su muerte lo que fueron aquellos años de concursos, de prueba y ensayo: “Nunca como entonces me sentí más orgulloso y más desdichado de ser escritor”. Las retribuciones por dos nouvelles, La senda de los elefantes -que gira en torno a los días finales de César Vallejo en París y que luego fue publicada como Monsieur Pain- y La pista de hielo -antecedente de Los detectives salvajes- fueron para él lo que para Sensini/Di Benedetto fue Ugarte, lo cual le permitió subsistir en España antes que el mercado se posara sobre su abundante, dispersa y hasta entonces nunca reunida descomunal obra.
Es posible rastrear una teoría del cuento y de las relaciones literarias en ese libro, sobre todo con Sensini -considerado uno de sus mejores relatos, en el cual recrea su admiración por Antonio Di Benedetto con un fondo de muerte y silencio que remiten al deshaucio del destierro que sumergió al argentino en el oscuro mundo de los concursos literarios para sobrevivir-, pero también se trata de una obra atravesada por los insolubles problemas de comunicación entre las personas, los triángulos amorosos y los enigmas que nos gritan desde espejos acaso menos crueles que los de la realidad. El párrafo inicial de Enrique Martín, contiene a la totalidad: “Un poeta lo puede soportar todo. Lo que equivale a decir que un hombre lo puede soportar todo. Pero no es verdad: son pocas las cosas que un hombre puede soportar. Soportar de verdad. Un poeta, en cambio, lo puede soportar todo. Con esta convicción crecimos. El primer enunciado es cierto, pero conduce a la ruina, a la locura, a la muerte”.
Otras referencias literarias, autobiográficas y premonitorias de aquellos tiempos de prosa se hallan en Un paseo por la literatura. Por ejemplo: “Soñé que era un detective viejo y enfermo y que buscaba gente perdida hace tiempo. A veces me miraba casualmente en un espejo y reconocía a Roberto Bolaño”. O: “Soñé que la Tierra se acababa. Y el único ser humano que contemplaba el final era Franz Kafka”.
Se convirtió en la noche
Mario estima que “si bien Bolaño no es un escritor de novelas policiales o negras, sí comparte ciertos parentescos con el género que se pueden ver más explícitamente en varios de sus cuentos: en Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce -de 1984, su estreno en narrativa y a cuatro manos con su amigo Antoni García Porta- y en sus novelas Estrella distante –con su alter ego Arturo Belano presente, recorriendo la desolación del dolor genocida de Chile mientras que sus jóvenes compañeros poetas y poetisas eran sucesivamente aniquilados por un recio oficial pinochetista infiltrado de la palabra-, Nocturno de Chile y las inconmensurables Los detectives salvajes y 2666. A su vez, “hizo frecuentes en su narrativa temas en los cuales era erudito, como el nazismo y el fascismo, principalmente en La literatura nazi en América, Estrella distante y El Tercer Reich”. Justamente, con la primera de esas novelas -de 1996 y en realidad “un conjunto de cuentos, biografías imaginarias y profundamente cínicas de escritores ultraderechistas, un poco en la línea borgiana de Historia universal de la infamia”- “Bolaño dio un salto cualitativo, fue un éxito rotundo de crítica pero vendió poquísimos ejemplares, así que la mayor parte de la edición fue guillotinada”. Esto “terminó echándole en brazos de Jorge Herralde, editor de Anagrama, con quien publicaría hasta el día de su muerte”.
En una serie de artículos del portal Jot Down se reflejan claramente las tensiones de su obra en pleno crecimiento con la falta de reconocimiento más los problemas de subsistencia y su vida personal a finales de los ‘80 y principios de los ’90, en la localidad catalana de Blanes donde una década después serían esparcidas sus cenizas: “Si Bolaño no está atrapado por una nube negra, lo parece, pero en la vida y la obra del chileno las apariencias juegan con la realidad. Escribe El Tercer Reich pero nadie la publica. Aún cuatro años después, en 1993, con los cuarenta a la espalda, escribe el famoso poema que resume su carrera hasta ese momento y que da inicio al formidable volumen titulado La universidad desconocida, publicado póstumamente, como tantas cosas, en 2007”. Ahí, a modo de introducción había expresado: “Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda seguridad también de Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik, Seix Barral, Destino… Todas las editoriales… Todos los lectores… Todos los gerentes de ventas (…) Los demonios que han de llevarme al infierno, pero escribiendo”.
Ser nadie y saberlo, a pesar de la proyección de su escritura, tan fugitivo de patrias, revoluciones y contrarrevoluciones como de amores y desamores, viendo crecer a su pequeño hijo Lautaro en una Barcelona que era acaso menos agresiva con los inmigrantes del sur que el resto de las grandes ciudades europeas: “Y sin embargo los que le recuerdan le recuerdan feliz. Como si sobreponerse, que decía Rilke, fuera todo”, porque “él no es un boom, es una implosión relajada”.
La novela nieve
Hasta que hacia el fin del milenio y con la publicación en 1998 de Los detectives salvajestermina por despegar -en términos editoriales- su narrativa, desplegada a partir de lo que Mario define como “una prosa muy poética y una poesía muy prosaica”, que demuestran “su dominio de la palabra que lo hacen uno de los mayores escritores mundiales cuando pensábamos que ya no iba a volver a aparecer alguien así, un misil en la literatura latinoamericana y un escándalo para el establishment literario chileno”.
Guillermo Ortiz señala que “La universidad desconocida es el complemento perfecto de Los detectives salvajes”: “Lo que en la novela es ironía, noches mexicanas sin freno, realvisceralismo de tertulias y peleas, persecuciones tras un anciano Octavio Paz, aquí es realidad, dureza, anticipo de lo que será la segunda parte del libro que le consagró, aquella belleza perdida, aquel huir de la juventud desperdigada por un continente, Ulises Lima -su gran amigo Mario Santiago- y Arturo Belano buscando en el desierto de Sonora los rastros de un poema… Los detectives salvajes te mecen, te llevan en el asiento de atrás y si te pierdes te hacen un dibujito. La universidad desconocida, en cambio, te despierta con un vaso de agua helada”. Hasta que hacia el fin del milenio y con la publicación en 1998 de Los detectives salvajes termina por despegar -en términos editoriales- su narrativa, desplegada a partir de lo que Mario define como “una prosa muy poética y una poesía muy prosaica”, que demuestran “su dominio de la palabra que lo hacen uno de los mayores escritores mundiales cuando pensábamos que ya no iba a volver a aparecer alguien así, un misil en la literatura latinoamericana y un escándalo para el establishment literario chileno”.
Es decir, todo estaba replegado en sus colecciones de poemas de juventud y madurez, de “la sala de lecturas del infierno” -“Tal vez mañana empieces de nuevo/ Y el sudor, el frío, los detectives erráticos, sean como un sueño/ No te desanimes/ Ahora tiemblas, pero tal vez mañana todo empiece de nuevo”- a “la novela nieve” -“Créeme: no es el amor el que va a venir, sino la belleza con su estola de albas muertas”-; de “San Roberto de Troya” -“Toda la tristeza de estos años se perderá contigo”- a “los artilleros” y los “poetas troyanos” -“Ya nada de lo que podía ser vuestro existe/ Ni templos ni jardines ni poesía/ Sois libres, admirables poetas troyanos”-; y del “Nada malo me ocurrirá” -“Aquella que parpadea fronteras se llama Destino pero yo le llamo Niña Demente/ Aquella que corre veloz por las líneas de mi mano se llama Destrucción pero yo le digo Niña Silenciosa”- a “Tu lejano corazón” -“No me siento seguro en ninguna parte/ La aventura no termina/ Tus ojos brillan en todos los rincones/ No me siento seguro en las palabras ni en el dinero ni en los espejos/ La aventura no termina jamás y tus ojos me buscan”-.
Y también en Los perros románticos, donde recoge entre 1980 y 1998 sus vivencias de Chile y México y reescribe sobre “los años” -“Un tipo con una extraña predisposición a sobrevivir/ Un poeta latinoamericano que al llegar la noche se echa en su jergón y sueña/ Un sueño maravilloso que atraviesa países y años/ Un sueño maravilloso que atraviesa enfermedades y ausencias”-; sobre “los detectives latinoamericanos, helados, absolutamente desesperados” -“Soñé con detectives perdidos en el espejo convexo de los Arnolfini: nuestra época, nuestras perspectivas, nuestros modelos del Espanto”-; sobre los amores abismales -“Te regalaré un abismo, dijo ella, pero de tan sutil manera que lo percibirás cuando hayan pasado muchos años y estés lejos de México y de mí”- y “los perros románticos” -“Había perdido un país pero había ganado un sueño/ Y si tenía ese sueño lo demás no importaba”-; sobre los hospitales y los crepúsculos, los autorretratos y los homenajes a su madre y a la madre de sus hijos, a la musa, a Lupe y a la francesa, a los amigos muertos, a Mario Santiago, a los neochilenos, a los infrarrealistas.
Queremos tanto a Roberto
En uno de los tantos artículos escritos a diez años de su muerte se cuenta que “sus últimos años los pasa viviendo solo en un departamento de la Costa Brava y escribiendo furiosamente, a sabiendas de que una insuficiencia hepática feroz lo estaba llevando a paso ligero hacia la muerte. Celina Manzoni, una de las primeras estudiosas de su obra, plantea que tal vez la cercanía de la muerte -o la conciencia de esa cercanía- es lo que dio tanta potencia a su prosa, como si al saber que se está apagando el reloj uno no tuviera tiempo más que para lo fundamental. Y lo fundamental, para Bolaño, no era otra cosa que la literatura”.
“El hijo de Míster Playa” es uno de los trabajos más recientes sobre Bolaño y lo realizó la periodista Mónica Maristain, quien explicó que “empezó como una biografía y terminó siendo un conjunto de testimonios”. Entrevistada por Silvina Friera, su autora dijo que “la figura del escritor como tótem, contra lo que Bolaño luchó todo el tiempo, la mala literatura que se hizo en nombre del boom y que se vendió a raudales -gracias a las maniobras inteligentísimas de Carmen Balcells- son imposibles en estos tiempos en donde la literatura no da para grandes estrellatos. Bolaño era un escritor que estaba en guerra permanentemente contra el cliché. Extraño al súper héroe que para mí era Bolaño en nuestra literatura, el que nos iba a defender de los malos. Del que íbamos a decir: ‘mirá, tenemos al mejor, está del lado nuestro, del lado de los buenos’. Y advierte: “Nos falta Bolaño, nos falta el justiciero. Yo siento que para muchos lectores era Superman o El Chapulín Colorado; no sé bien cuál de los dos… Nosotros le pusimos esa función moral de redimirnos del mal del boom. El boom nos aportó cosas, pero no hemos estudiado lo suficiente todo lo que nos negó. Y nos negó muchísimos escritores que escribían en el mismo momento, una literatura valiosísima que se quedó fuera del marketing. Bolaño era ese justiciero que iba a hablar de Felisberto Hernández o de Antonio Di Benedetto. Si a los 50 escribió 2666, ¿qué podíamos esperar de él a los 70?”
Y es que además su obra abierta y aún en expansión, sumada a su impronta transgeneracional, lo hacen -como dijo Mario- “un autor del siglo XXI que nos habla al presente”. De allí que reiteradamente a partir de su muerte, jóvenes y no tanto, escritores y no tanto, lectores y no tanto, hayan pensado y hasta expresado cuántos hígados le debemos a Bolaño. Empezando porque -a lo Chéjov- nadie puede comprender nuestro terror mejor que él.