15 de octubre de 2015 – Mario Maure dejó las vueltas y con amplios criterios se animó al Asunto: Borges, Jorge Luis, “uno de los grandes escritores del mundo y quizás el único cuya cantidad de elogios es equivalente al cuestionamiento de sus posiciones políticas. Especialmente las últimas que asumió. Y la verdad es que motivos no hizo faltar. Solamente Heidegger es equiparable en este sentido. Pasó por todos los géneros de escritura: poesía, narrativa corta -odiaba la novela-, ensayo, crítica, conferencia. En todos descolló. Ojalá alguien recopile sus dichos y retruécanos que merecerían un volumen también”. En ese sentido fueron los aportes del columnista sobre “el hacedor” de la literatura fantástica y del entrecruce de historia, realidad y ficción.
Siempre atento a las “invenciones” y transformaciones que las figuras abordadas en Los libros de la buena memoria produjeron en su época y hacia el futuro, Mario apuntaló su lectura y posicionamiento sobre Jorge Luis Borges en tanto inventor de al menos dos cosas importantes: por un lado la literatura fantástica -que existía desde el siglo XIX, con las historias de fantasmas, vampiros y dobles- y sus procedimientos; y por el otro, un modo de entender la cultura nacional, o sea un modo de leer y de escribir: “la cultura nacional es un modo de usar la cultura extranjera” dijo, lo que -de alguna manera- la volvió universal.
De “lo fantástico”, el ejemplo más logrado y complejo es Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: una enciclopedia que habla de un mundo imaginario que se termina devorando al mundo “real”. Crea ficciones especulativas y -obviamente- acá entran en órbita su amistad con Macedonio Fernández y sus juegos de literatura conceptual y literatura no empírica. En fin, “procedimientos que otros pueden seguir”. Para ser claros: alguien inventa el soneto y cualquiera con algo de habilidad puede usar ese modo de construcción.
En el caso de ese procedimiento de las ficciones especulativas, Onetti lo usó en La vida breve, Walsh en Nota al pie y Cortázar en un cuento de un tipo que lee en la plaza y es interrumpido todo el tiempo. Esto tiene que ver con la relación entre realidad y ficción y es un problema que nos sigue atormentando. Encima, Borges nos cambió la pista, porque si pensamos la cultura como un gran texto -un aleph-, sin duda que la literatura se alimenta de textos. Puede pensarse que esto es una banalidad, pero para él no, él creía mucho en los efectos cognoscitivos de la ficción. Para Borges, el problema no era la realidad en la ficción, si no la ficción en la realidad. ¿Y dónde se busca eso? ¿Cómo? Paul Válery -citado y revisitado por el argentino- pensaba como Gramsci: no se puede gobernar sólo con la represión. Hacen falta “fuerzas ficticias”: la utopía, el héroe, la mística.
A su vez, Ricardo Piglia dice que la ficción “no es verdadera ni falsa” y que la literatura -como la pensaba Borges– nos da esa posibilidad de experimentar con la incertidumbre, cosa que no podemos hacer mucho en la realidad, porque de lo contrario nos volveríamos locos. O enloqueceríamos a nuestro alrededor.
Destino sudamericano
Es justamente la tan vapuleada y corrida de eje a la hora de analizar la obra borgeana, “posición política” -tanto del autor como de sus críticos- la clave por la cual Mario ubica su biografía inexorablemente ligada a la historia argentina, porque su trabajo está siempre oscilando sobre la más grande ficción nacional -al punto que fundó su Estado-, que es la de Civilización y Barbarie, porque en la obra se ven ambos entrecruzamientos y -al menos hasta los años ‘40- una fascinación del aristócrata civilizado por la barbarie. Baste recordar dos poesías:Poema conjetural y El general Quiroga va en coche al muere. O sus poemas y cuentos de orilleros y letras de tango: Jacinto Chiclana, Hombre de la esquina rosada, Juan Muraña.
Incluso hasta en ese hombre, Funes, el memorioso -que recuerda tantas cosas que no puede pensar, porque no puede “olvidar” ni consigue abstraerse-, hay un bárbaro. Que, sin embargo, “no hablaba con el silbido de los italianos”. Al igual que los “gringos fanáticos” del Informe de Brodie. Estas historias -que no pasan del ‘900- nos hablan del fin de una ciudad, del fin de la “verdadera argentinidad”, fundada por sus ancestros guerreros de la Independencia y que ahora se extingue con los orilleros, que además siguen haciendo un culto del coraje, de la sangre y del nombre.
Igualmente, este tópico del duelo habría que leerlo de otro modo: en la ligazón que tiene Borges con la cultura popular, por lo repetitivo que ahí hay, por los géneros y la fórmula -influencias del periodismo policial, “autores menores” y el cine de Hollywood-, que se oponen a la “originalidad” de la alta cultura. Y si lo torcemos una vez más y lo miramos desde un punto de vista filosófico, esta lógica de la duplicación termina siendo muchas veces una lógica de la identidad: los que se enfrentan terminan siendo lo mismo. Uno, el mismo, dios y universo. Lo que a su vez nos dice que Borges pensaba en Totalidades, en un Orden.
El escritor también utilizó la erudición -esa que tanto irrita y a veces entorpece la lectura- como modo de relacionar culturas/lecturas. Su erudición es de enciclopedia. Hacía lo que hoy hacemos con Google pero con la Enciclopedia Británica. Y acá hay otro procedimiento que es la expansión: de una cita a un cuento, del cuento al volumen y de ahí a la biblioteca. Era un maestro de la cita, real o apócrifa. Y desde luego que era eurocéntrico, pero de un modo particular: siempre dijo que la mejor literatura era la árabe y pasó su último año aprendiendo el idioma.
Mario Maure sobre Jorge Luis Borges, “Los libros de la buena memoria”, “Despacito y por las piedras”, 10 de octubre de 2015.
Lo que Renzi dijo
En una reciente entrevista, Ricardo Piglia debió confesar en relación a Emilio Renzi, personaje central de su vasta obra: “tiene posiciones más extremas que las mías. Dice cosas que yo pienso, pero no me atrevo a decir. El dice que Borges es un escritor del siglo XIX y todos creen que lo dije yo. Pero fue él, siempre está provocando”. Esta ventrílocua sentencia antecedió en una quincena de años a los dichos de otro escritor argentino, David Viñas, durante una entrevista -“si me apuran, Walsh es mejor que Borges”- y fue publicada en Respiración Artificial, exactamente así: “Borges, dijo Renzi, es un escritor del siglo XIX. El mejor escritor argentino del siglo XIX. Puede ser, dijo Marconi. Sí, dijo, correcto. Una especie de realización perfecta de un escritor del ‘80, dijo Renzi. Un tipo de la generación del ‘80 que ha leído a Paul Valéry, dijo Renzi. Eso por un lado, dijo Renzi. Por otro lado su ficción sólo se puede entender como un intento consciente de concluir con la literatura argentina del siglo XIX. Cerrar e integrar las dos líneas básicas que definen la escritura literaria en el XIX”. Es decir -como analizó Mario-, el europeísmo y el culto por la erudición, la civilización, por un lado; y la gauchesca, el nacionalismo populista, la barbarie, por el otro.
Define párrafos más adelante Piglia: “lo que hace Borges, dice Renzi, es escribir el primer texto de la literatura argentina posterior al Martín Fierro que está escrito desde un narrador que usa las flexiones, los ritmos, el léxico de la lengua oral: escribe Hombre de la esquina rosada. De modo que, dice Renzi, los dos primeros cuentos escritos por Borges, tan distintos a primera vista: Hombre de la esquina rosada y Pierre Menard, autor del Quijote son el modo que tiene Borges de conectarse, de mantenerse ligado y de cerrar esa doble tradición que divide a la literatura argentina del siglo XIX. A partir de ahí su obra está partida en dos: por un lado los cuentos de cuchilleros, con sus variantes; por otro lado los cuentos, digamos, eruditos, donde la erudición, la exhibición cultural se exaspera, se lleva al límite, los cuentos donde Borges parodia la superstición culturalista y trabaja sobre el apócrifo, el plagio, la cadena de citas fraguadas, la enciclopedia falsa, etc., y donde la erudición define la forma de los relatos”.
Sur, aluvión y después
A partir de 1939 Borges empieza a abandonar el nacionalismo. Había simpatizado con el anarquismo, la Revolución Soviética y el Yrigoyenismo, pero la llegada del “incorregible” peronismo le cambió definitivamente la perspectiva. Perdió el “fervor de Buenos Aires” y se le juntaron horror y “espanto”. De la ciudad de patios y aljibes de familias patricias hemos llegado a la de La muerte y la brújula. Le parece que seguir alimentando el culto al coraje, la sangre, la tierra y los héroes militares es lo mismo que hace el nazismo, al que sin mediaciones asocia al peronismo: “El nazismo no es otra cosa que la exacerbación de un prejuicio del que adolecen todos los hombres: la certidumbre de que la superioridad de su patria, de su sangre. Esa convicción candorosa es uno de los temas tradicionales de la literatura. Una secta las ha promovido y consentirlo es ser cómplice. Carezco de todo heroísmo y mi vida no es más que una serie de mezquindades. Procuro que mi vida de escritor sea un poco más digna”.
De ahí su viraje a la derecha, a la cual decía combatir. Claro que el peronismo tuvo mucho que ver cuando le hizo el chiste borgeano de nombrarlo “Inspector de aves y corrales”. De todas formas era un hombre de derecha muy particular en una cultura de izquierda: decía lo que quería y lo que no se animaban a decir muchos otros que se refugiaban -y lo siguen haciendo- en ese aristocratismo de izquierda que -en definitiva- es lo mismo que la derecha. Piglia lo define como un aristócrata anticapitalista, un conservador austero que vivía en un departamento modesto y con goteras. Cuenta que cuando Vargas Llosa lo fue a visitar le dijo: “Borges, usted no puede vivir aquí”. Borges lo despidió, le dio la mano y le dijo: “los caballeros argentinos no hacemos alarde”. Luego comentó: “me vino a visitar un peruano, que debía ser agente inmobiliario, porque quería que me mudara”.
Mario concluyó pensando “en ese jardín de senderos que se bifurcan, donde Borges y Marechal podrán seguir siendo amigos mientras entendamos que, en la medida en que no hay autonomía entre el mundo político y cultural, tampoco hay equivalencias para caer en la inquisición de ´si no me gusta tu ideología no me gustan tus textos´, porque de esa manera nos va a quedar muy poco por leer”.
Poema conjetural
El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 22 de setiembre de 1829, por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:
Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí… Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
Jorge Luis Borges, publicado en La Nación el 24 de julio de 1943.
Tapa: Carta Astral que Xul Solar hizo a Borges, 1923.