A la negra Lola, que nos regaló largos años su perruno corazón hasta el 19 de mayo pasado, aniversario del natalicio de Elena.
26 de julio de 2016 – Fue para el cierre del ciclo 2015 de Despacito y por las piedras cuando la columna de Mario Maure, Los libros de la buena memoria, se despidió colectivamente recomponiendo desde una polifonía testimonial la vida y la obra de la periodista, escritora y comprometida activista mexicana Elena Poniatowska. La ocasión se realzó con la participación de nuestra compañera Natalia Calderón Álvarez, comunicadora social y feminista. Desarrollamos en esta nota el legado vital de una autora cuya mirada crítica conjuga elementos de la realidad desde “una cercanía muy fuerte con las clases populares que la llevaron a conocer al México profundo frente a su mirada de niña europea para dar voz a los oprimidos” de esta tierra, fundamentalmente a las mujeres.
El camino de las piedras
La consigna final que propuso al aire de Nacional Mendoza el profesor “Pollo” Maure el 19 de diciembre en la última página radial deLos libros y del Despacito -“frente a los ataques y al avasallamiento de la libertad de expresión hay que volver al periodismo como oficio y no como una simple cuestión administrativa”-, fue la que en realidad guió a todo el ciclo desde su primera emisión en 2013, tanto en compromiso como en responsabilidad militante e intelectual ante las groseras asimetrías comunicacionales que atraviesan a toda la sociedad. A partir de esas claves, resultó más que oportuno el abordaje sobre Elena Poniatowska, una consecuente “desmitificadora de la historia oficial, que cuenta lo silenciado a partir de un relato particular y de resistencia que recupera e impacta en la memoria colectiva”, trascendiendo la impuesta distancia entre ficción y realidad -es decir, entre literatura y periodismo- y desandando fronteras y falsas dicotomías acerca de “la objetividad” y “el involucramiento político”.
Esto en línea con otros grandes autores latinoamericanos del siglo veinte que nos enriquecieron al hacer confluir la palabra y la acción a partir de la labor periodística y que también fueron actualizados durante el ciclo, como Roberto Arlt, Antonio Di Benedetto y Rodolfo Walsh, y otros como Gabriel García Márquez, reivindicado por ella a la hora de recibir el Premio Cervantes, quienes -como la mexicana- documental o testimonialmente, trabajaron a partir de “la escucha de personas reales sin apropiarse de sus voces” para “hacer cumplir de manera literal la función social del género”. Función que es a la vez medio y fin, o sea, “el camino para poder llevar a que dichas voces trágicas sean conocidas por el público, algo que dista mucho de lo que hoy en día se hace y se pondera y que ha quedado relegado en las márgenes”.
Por eso, Natalia y Penélope Moro se enfocaron especialmente en Hasta no verte Jesús mío, novela que Poniatowska publicó en 1969 y en la que narra la historia de la soldadera Jesusa Palancares -Josefina Bórquez en la realidad-, “una niña y adolescente durante la Revolución y cuya vida atraviesa todo el siglo veinte mexicano, retratando las migraciones del campo a la ciudad-monstruo y las relaciones con otras mujeres y con los hombres, sobre todo en cuanto a las desigualdades laborales, económicas y sociales”. Y, a su vez, como “la biblioteca del Pollo” es tan circular como la memoria, encomiamos desde aquí, luego de los arduos meses de este 2016, la atenta escucha de “la página final”:
Mario Maure y Natalia Calderón Álvarez sobre Elena Poniatowska, Los libros de la buena memoria, Despacito y por las piedras, 19 de diciembre de 2015.
En defensa propia, nada de princesas
Hija de un descendiente de la realeza polaca y de una francesa cuya familia huyó de México durante la revolución, Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor nació en París en 1933, fue educada por sus abuelos en Francia, tuvo influencias de una tía poetisa, Pita Amor, y retornó con su familia materna a México a finales de la segunda guerra mundial. Sus años de estudio oscilaron entre institutos franco-mexicanos, la enseñanza católica y la formación en Estados Unidos hasta su radicación definitiva en México en 1953, cuando ingresó a trabajar como periodista de crónicas sociales en El Excélsior. A partir de ese momento termina por asumir al español como la lengua para contar sus historias y su “preocupación por documentar el país, seguramente porque no nací en México”, porque “creo que si hubiera nacido allí no me preocuparía tanto”, según señaló en una entrevista de 1999 en la que se reconoció “más mexicana que el tequila” y que nunca aprendió a hablar el idioma académicamente, sino “con las muchachas de la casa”.
En otra entrevista más reciente a un medio argentino, desanduvo la enquistada violencia social en México como consecuencia de imperecederas desigualdades históricas. Dijo, por ejemplo, que “en México hay un precipicio entre una clase social y otra. La fuente de la violencia radica en que no hay oportunidades, no hay escuelas. La fuente de cualquier violencia es siempre la falta de educación y, desde luego, el hambre. Pero en nuestro caso la falta de educación es tremenda. Hay muchas circunstancias que se combinan, pero es un país muy desigual, como lo son en general los países petroleros”.
También reflejó a través del recorrido de su experiencia “un periodismo puro y honesto como ya casi no hay”, y rememoró la marca de sus inicios: “Voy a cumplir 83 años y finalmente lo que yo he hecho es trabajar, ser reportera desde muy joven. Es un trabajo duro, difícil, porque el reportero siempre es maltratado. Los reporteros son tratados como moscas que están estorbando. Hay que esperar mucho. Yo he hecho muchísimas antesalas. (…) La antesala es una forma de aprender a ser paciente y modesto. Los escritores creen que han inventado la pólvora, pero son los periodistas quienes recogen la pólvora. Pero de ese trabajo cotidiano a veces surge una idea y uno se dice ‘esto que acabo de vivir sería un cuento o la base de una novela’. Mi obra es producto del trabajo a lo largo de los años. Yo leo y escribo ficción con mucho placer, pero lo que he hecho durante toda mi vida, el centro de mi vida, ha sido el periodismo. Nunca he pretendido conquistar nada. Lo único que he querido es darle voz a gente que ni siquiera sabe leer y que, en general, no aparece en los periódicos. La narración es ocuparse de gente que, a mi juicio, es fascinante por inesperada, por original. La narración es recoger las voces, plasmar ciertas expresiones”.
Desde la crítica, el entrecruzamiento entre testimonialidad, crónica y ficción ha sido ricamente problematizado en artículos como Las viejas narrativas del presente, que sitúa el vasto trabajo de Poniatowska como parte de una tradición literaria que surge entre guerras, avizora holocaustos y Auschwitz más allá de trópicos y meridianos, se profundiza en América Latina y es inescindible de la irrupción de las nuevas tecnologías: “Entre las escrituras del presente hay relatos que se interesan por el registro de lo que se ve y lo que se escucha en las calles, en estrecha relación con las tecnologías de la reproducción. Por lo general atravesadas por un deseo documental, exploran en un mundo de ‘relaciones infinitamente mediatizadas’, como lo percibió muy tempranamente Benjamin a propósito de Kafka. De ahí la importancia de las tecnologías de la imagen y la voz en relación con la escritura. De Walsh a Puig, de Barnet a Monsiváis, de Poniatowska a Lispector, el registro de voces inauguró la tradición de aquellos que ‘escribiendo daban que hablar y hacían hablar para después escribir’, como apunta María Moreno en Subrayados. El grabador permitió ampliar los espectros de la voz, modificando definitivamente la aurática narración oral. Fue también el inicio de un cuestionamiento de las viejas formas de representación del otro para dar paso al registro de sus voces, ampliando el reconocimiento de la dimensión performática de toda intervención del cuerpo y de la voz”.
Flores en vuestras cabezas
Poniatowska publicó en 1955 su primera novela, Lilus Kikusy luego, junto al dibujante Alberto Beltrán, Todo empezó en domingo, colección de crónicas de los paseos dominicales de los marginados. Entonces conoció a Josefina Bórquez, la inspiradora de Hasta no verte Jesús mío, donde la complejidad de escribir sobre y desde la otredad es resuelta desde lo lingüístico sin evaporar la identidad de esa otra -o de ese otro- ni absorbiendo su lugar en la representación de sus realidades: “El texto, sea novela testimonial, testimonio femenino o ficción autobiográfica, no aboga ni siquiera por una lectura alegórica de la condición de la mujer subalterna. El discurso de Palancares entra efectivamente en el mundo académico, editorial y cultural después de pasar por la voz de Poniatowska -estructura, léxico, formas retóricas- pero no sin dejarlo marcado por la imposibilidad de comunión sin más. El discurso se hace activo, productivo, en concordancia con quien lo enuncia. De nuevo, recurrir al epígrafe de este trabajo nos da una pista: ‘utilicé las anécdotas, las ideas y muchos de los modismos de Jesusa Palancares’ para narrar la vida de Bórquez, no exactamente transcribirla. El problema es lingüístico. No el lenguaje de Bórquez para narrar a Bórquez, sino de Jesusa, una narradora que es la lengua de Bórquez pasada por la voz de Poniatowska y que critica su propio discurso. Poniatowska no devora al Otro, propone un lenguaje para dialogar, negociar y ambas salen enriquecidas con ese diálogo”.
Del resto de su producción posterior, activa desde lo periodístico, lo literario y lo político hasta hoy, sobresale La noche de Tlatelolco,novela publicada en 1971 en la que recreó el movimiento estudiantil mexicano y la matanza del 2 de octubre de 1968 -que contó entre centenares de víctimas de la brutal represión estatal a su hermano-, en base a testimonios, artículos de prensa, slogans y fotografías, plasmando “una reconstrucción cronológica alucinante”. Y siempre, desde el gramsciano abordaje que hicieron de su obra Penélope y Natalia, revelando en la sospecha acerca de todo discurso del poder la multiplicidad de voces acalladas pero emergentes, -como la de la propia Josefina/Jesusa, “presa por picudear al orden impuesto”-, y estableciendo la riqueza de las letras femeninas desde “un lugar de rebeldía”frente a una academia, a una historiografía y a una industria cultural “que dictan nuestro consumo”, la pregunta que surge es “¿dónde quedan esos testimonios y dónde quedan esas historias que ella se dedica a sacar a la luz de todos los lectores del continente, ahora con renovado compromiso con la memoria y la lucha de las familias de las y de los 43 estudiantes asesinados de Ayotzinapa?” Pues en la imagen original que deslumbró su niñez para siempre, la terrenal pelea por la supervivencia de las lavanderas mexicanas, “mujeres que se hicieron a sí mismas como respuesta a un Estado y a un sistema patriarcal y a una sociedad machista en medio del desamparo y la soledad absoluta”.