El último episodio judicial ocurrió un día después de la inspección ocular al D2. Luego de los reconocimientos de la VIII Compañía de Comunicaciones de Montaña y de la comisaría Séptima de Godoy Cruz, se espera el desarrollo total de los testimonios relacionados con los cientos de crímenes que se cometieron en aquel centro clandestino.
Por la privación ilegítima de la libertad agravada y la imposición de torturas, en el marco de una asociación ilícita, contra Carlos Eduardo Cangemi Coliguante están acusados los expolicías Juan Agustín Oyarzábal, Armando Osvaldo Fernández y Eduardo Smaha Borzuck. Los tres están ya condenados a perpetua en anteriores juicios por delitos de lesa humanidad en Mendoza y ninguno de ellos, por motivos de salud o por hallarse detenido fuera de la provincia (como es el caso de Smaha), ha comparecido sino a través de sus defensores ante el Tribunal. A través de la “sección Reunión” del Departamento 2 de Informaciones de la Policía de Mendoza, donde funcionó el mayor centro clandestino local, los tres fueron engranajes fundamentales para la represión, tanto la ejercida en operativos de secuestros por parte de los grupos de tareas que integraban, como en la brutal violencia aplicada a las personas allí detenidas. Fernández y Smaha eran los principales agentes de “inteligencia” de la sección Reunión bajo mando de Oyarzábal, rol que le permitió a este ser subjefe del centro clandestino durante dos “períodos” sucesivos.
En “Reunión” había también una tercera línea de policías represores que, además de “recopilar información de las organizaciones sociales y políticas”, se ocupaba de “asegurar la logística del sector para detenidos políticos” y de –como lo denuncian infinidad de testimonios, pruebas y reconocimientos– maltratar, torturar y violar a decenas de personas que estuvieron prisioneras. Se llegó incluso al asesinato y, desde luego, a la desaparición forzada de personas. Algunos de estos policías son los implicados en la gran causa que agrupa los crímenes cometidos en el D2, como es el caso de Rubén Darío González Camargo, último de los acusados en declarar en la recientemente concluida etapa indagatoria.
El testimonio de Cangemi, que debió ser adelantado al 15 de mayo por el Tribunal dado que la víctima debía retornar a Italia, país al cual se exilió en 1982, abre entonces la etapa testimonial pasados tres meses de debate y confirma los pronósticos respecto de que sería esta la primera gran causa por tratar, quedando para el final las causas que dan cuenta de las responsabilidades que tuvieron en el genocidio los exjueces federales.
Convocada tras la tercera e importantísima inspección ocular al D2 el 14 de mayo, la desacostumbrada audiencia se realizó en la sala de la Cámara Federal de Apelaciones, sin presencia de público ni de la prensa. La excelente disposición de Cangemi y de Carlos Varela, abogado en representación del MEDH, junto con los hechos narrados en la síntesis de la causa, permiten reconstruir parte de lo que aconteció puertas adentro.
Carlos Eduardo Cangemi era militante del PRT y de la Juventud Guevarista. Tenía 26 años cuando, la noche del 11 de noviembre de 1975, fue secuestrado por personal de fuerzas de seguridad al mando de un jeep y remitido a la comisaría 16 de Las Heras, que integraba las llamadas “comisarías satélites” al accionar del D2 y por la cual hay dos acusados en este juicio. En su relato, Cangemi estableció: “Allí un oficial de máxima jerarquía me toma de los cabellos y me entra a golpear hasta dejarme sin aire y (me hace) perder el conocimiento. Me esposaron, me vendaron con género y con un elástico como si fuera cámara de bicicleta, y me tiraron a una celda hasta las dos de la mañana, cuando me llevaron al D2. Ahí recibí golpes más fuertes y de nuevo perdí el conocimiento, la noción temporal. Me hacen bajar a la sala de tortura, me invitan a que me desnude, me atan al elástico y empiezan a jugar con la electricidad. Eran tres personas. Los últimos dos días estuve sin venda, por lo que recuerdo al tipo que me sacó, aunque no está en las fotos”.
Los útiles dueños de casa
Según el doctor Varela, el caso de Cangemi también reúne información determinante porque, junto al de “la caída del grupo de Luz Faingold –su defendida–, y de otras persecuciones y operativos de secuestros contra militantes de agrupaciones de izquierda a fines de 1975, constituyen ejemplos claros de las responsabilidades que tuvieron los cuatro exmagistrados federales previamente al golpe de Estado en estos hechos”. En su detención ilegal y en las torturas recibidas se evidencian claramente las omisiones de investigar por parte de Luis Miret, Gabriel Guzzo y Guillermo Petra Recabarren. Tras seis días en el D2, Cangemi fue trasladado al antiguo Juzgado Federal donde, al igual que docenas de personas por esos meses, fue indagado por Miret por portación de propaganda “subversiva”.
El prisionero comunicó al juez que solo declararía si le permitía denunciar las torturas sufridas, a lo que Miret se negó (“Me impidió hablar, lo interrumpí mientras él leía todas las acusaciones de las que era objeto, retomó lo suyo y me dijo como si fuera el dueño de casa: ‘Así no funcionan las cosas'») y lo remitió directamente a Contraventores. Según la víctima, cuando lo llevaban al Juzgado “tenía un hambre y una sed muy grandes porque en cinco días solo dos veces me habían dejado ir al baño, me controlaban con la puerta abierta para que no tomara agua”. El doctor Varela completó: “Sus torturas eran muy visibles, tenía un síndrome que se da en partes sensibles del cuerpo y es muy fácil de detectar si es por aplicación de picana. Ellos obviaron hacerlo”.
Cangemi recordó de su breve estancia en Contraventores la solidaridad de un grupo de mujeres en situación de prostitución, que “con todo el hambre que tenía me convidaron sándwiches, y mantuve la buena costumbre de masticar pausadamente y mucho”. Luego fue trasladado a la Penitenciaría Provincial. El 6 de febrero de 1976 fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo y el 15 de junio de ese año, por una ampliación de la imputación original, declaró ante el juez federal Juan Carlos Yazlli. Además de volver a denunciar las torturas, pidió un examen médico. En la acusación se consideró que “si bien el juez dispuso la realización de un examen psicofísico integral nunca se adoptó ninguna medida ni tampoco se hizo efectivo el examen médico dispuesto”.
El 26 de septiembre fue trasladado junto a más de cien detenidos y detenidas políticas a la Unidad 9 de La Plata. El 11 de agosto de 1977, el juez federal Gabriel Guzzo lo condenó a cinco años de prisión por infracción a la ley 20840. Finalmente, el 28 de julio de 1979 fue puesto bajo el régimen de libertad vigilada. Antes, en la cárcel platense, había recibido la visita de quien fuera desde su detención su defensor oficial, Guillermo Max Petra Recabarren, el cual nunca hizo nada por atender su situación. “Usted es un idiota útil”, dijo a la víctima en esa oportunidad el por entonces camarista Petra, seguro de que acaso la vida, o la justicia, nunca los volvería a encontrar.
Y eso es lo que sucedió en el marco del megajuicio el 15 de mayo. Frente a frente, tras décadas de exilio, el “Pichi” Cangemi, como lo recuerdan sus compañeros, testimonió delante de uno de sus verdugos. “Claro que podría haber hecho algo por mí, son muchos los que prefirieron hacer otra cosa distinta de sus responsabilidades, como las tiene un médico respecto a la vida. Esto es un privilegio que perdieron, sorprende. En el viejo continente se habla muy bien de Argentina por esto, se han hecho seminarios con juristas internacionales en toda Europa porque esto no había pasado nunca antes. Hay un reconocimiento y una voluntad política, tuvieron la posibilidad de hacerlo y lo hicieron”, diferenció Cangemi.
Una vez más, la jornada testimonial se convirtió en memorable a través del relato de un sobreviviente, “Pichi”, quien según sus compañeros de presidio no deja de estar presente, porque además no fue este su único regreso al país. Recuerdo y presencia que evocó especialmente uno de ellos, por su humor y templanza en el más extremo de los cautiverios, “porque me hacía reír mucho”. Sucede que Cangemi es actor y, desde la época en que estaban detenidos en el Penal, comenzó a escribir las obras que luego interpretaba en el patio para sus compañeros. La bicicleta artillada fue el título que, entre los pliegues de los recuerdos de los sobrevivientes, surgió como la más exitosa del “Pichi”. En ella, el militante, actor y autor desplegaba sardónicamente las situaciones relativas a su detención ilegal, para beneplácito de tantos resistentes encerrados.